lunes, 14 de junio de 2010

Viaje a Oriente, de Martín Cid


El fantasma sólo nos contempla y sólo el fantasma nos contempla y nos mira directamente, casi sin recordar el pasado que hasta allí le trajo, que hasta ese momento quiso olvidar el reflejo de su alma en vilo.
Lo vi un solo momento y un solo momento me vio, atrapado en un lugar que desconoce, en ese lugar que me vio también nacer y me verá morir porque nada transcurre entre sombras y reflejos y cae, cae para volver a alzarse y volver a mirarme. ¿Soy yo? Me responde el viento que llora.

Un día nací pero ya no lo recuerdo, ¿hay alguien capaz de hacerlo? Ayer -me dicen las sombras-, hoy –repiten los ecos-, despierta –me dicen los difuntos-, pero ayer ya estaba muerto. Me soñé ebrio y cansado, ¿qué me queda esperar? Crucé despacio y me despedí de ella, caída también en el piso sin respiración. Aún sentía su aliento suave sobre mi cuello: ¿vendrás? Quiero verte morir sin ojos –dijo-. Déjame aquí y atraviesa la calle con los ojos cerrados, yo permaneceré a este lado, mirando. Y así me miró y la vi morir. Aún siento su última respiración. Dicen que los chamanes eligen el momento de su muerte. Simplemente, ya no respiran. La lucha ha terminado al fin y ya su último aliento se deposita en el aire. Ha comenzado a descomponerse lentamente y a caminar en otra forma y deposito su cuerpo aún caliente en la acera y obedezco. ¿Quién es capaz de contradecir la última voluntad de una mujer? Cerré los ojos y caminé hacia delante. Ella ahora me mira, caminé hacia ella en sentido contrario a su cuerpo, hacia ella siempre. Sólo duró un momento que apenas ya recuerdo. Vino por la derecha y simplemente ya no estaba. Es delicioso recordar el momento de morir. Sólo un momento más y ella volverá. Es delicioso sentir las carnes fallecer y la sangre caer y otra vez volver otra vez al lugar del que vinimos. Me aferro a esos últimos momentos y me aferro a su respiración callada. ¿Me viste morir? Pregunté al regresar. Sólo silencio. ¿Dónde estaba? En la oscuridad, todo es ruido del pasado en un puzzle en el que no encajan las piezas y ella ha desaparecido. ¿Es oscuridad? A veces alguna alma me roza pero sigo viendo los fantasmas al otro lado, fantasmas que no puedo tocar. Es un esfuerzo terrible y allí la busco a través de los ojos de otros y la veo en la misma postura, en la misma calle. ¿A qué esperas? Ella simplemente calló un momento antes de volver a respirar ahogada. Cuando los chamanes, otra vez, decidieron volver. Desfalleció un momento y con la boca de otro fui yo mismo quien le dijo: ahora vendrás conmigo, cruza la calle, amor mío, cruza la calle. Un desconocido se acerca y le presta auxilio. Ella se levanta y él la toma de la mano, la mano que en otro tiempo yo tocaba y la misma mano que ahora se aferra a otros brazos para aferrarse también a la vida que yo dejé, a la respiración que ya no siento y al calor de unos brazos que no son los míos. Ven conmigo, amor mío, ven a esta oscuridad solitaria en la que no estás y ven de nuevo y ven y corre con los ojos cerrados. Ya suenan las sirenas y viene la ambulancia. ¿Qué haréis con mis restos desperdigados ahora? Te sigo pero mis pasos son torpes en este nuevo estado. Volveré a ti, amor mío, volveré a verte otra vez.
Porque ahora, por siempre, habitaré en tus sueños.

Leer sobre Martín Cid:

http://www.martincid.com/biografia.php

http://www.yareah.com/magazine/index.php/literature-literatura/793-viaje-a-oriente

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